HISTORIA

«Puedo mencionar un ejemplo de tolerancia. Difícilmente me esperaba en esta parte de España encontrar un cementerio protestante junto al cementerio general del lugar»
(Diario de Thomas Sopwith, 1864).

La existencia de un Cementerio Británico en una ciudad española no es algo usual en nuestro país. Apenas contabilizamos cinco de ellos en toda la geografía nacional. Y Linares se precia en ser una de las ciudades que aún conservan un Cementerio de las características que a continuación detallaremos.

La primera pregunta que nos puede surgir es ¿por qué habría de existir un Cementerio británico en Linares? ¿Por qué los ingleses no se enterraban en el Cementerio Civil?

La respuesta nos llevaría mucho tiempo contestarla, pero la resumimos de la siguiente manera.

Con la llegada de súbditos británicos a nuestra región para el laboreo de las minas, la población extranjera creció bastante en Linares. La minería era un sector que las clases nobles y burguesas no supieron aprovechar adecuadamente; por esta razón importantes agencias de la Gran Bretaña inmigraron a nuestra ciudad para la explotación minera.

Con ellos llegó también la revolución industrial, y grandes cambios sociales, educativos, culturales y religiosos en la villa linarense. Hasta tal punto la colonia británica era numerosa, que en 1872 se estableció una oficina viceconsular británica, situada en la esquina de las calles Doctor y Santa Engracia.

La existencia de un Cementerio británico se debe principalmente a cuestiones religiosas. La Constitución de 1845 afirmaba que “la religión de la nación española es la Católica Apostólica y Romana. El Estado se obliga a mantener el culto y sus ministros” (Art. 11), ante lo cual cualquier otra forma de religión supondría una pérdida de derechos, entre los cuales se encontraba el de enterramiento en el Cementerio Civil, como ya estaba ocurriendo en Málaga.

Es muy curiosa la referencia que al Cementerio Británico hace un historiador de 1875.  Hugh Jame Rose fue capellán de los ingleses, alemanes y franceses en la zona minera de Linares; escribió tres volúmenes referidos a los españoles, en los que encontramos ricas referencias a Linares, entre ellas las que destacamos a continuación.

“Uno de los pequeños cementerios ingleses más bonitos en España es el de Linares, ciudad dedicada principalmente a intereses mineros, y con una población que ahora llega a los 30,000 españoles… Es un pueblo importante, situado en el mismo corazón del distrito de las minas de plomo. La pequeña colonia inglesa suma unos setenta, de los cuales unos cuarenta viven en el pueblo de Linares, y el resto, principalmente capataces de minas, cerca de las minas, a unas tres millas y media del pueblo mismo… El alto sentimiento y espíritu de los propietarios de minas ha conseguido una pequeña bella porción de tierra para los enterramientos de sus fallecidos; y que en 1873 formaron un comité, y reunieron fondos, para establecer una capellanía temporalmente… El cementerio está a una milla a las afueras del pueblo y se llega a él por un rudo camino y, algunas veces, imposible de transitar… En un margen de la carretera al cementerio están las altas y humeantes chimeneas de las minas, y unas cuantas casas encaladas… En el otro margen se encuentran las montañas púrpuras de la Sierra de Jaén… Uno se cruza con hombres y mujeres, burros y mulos; los primeros con toda clase de extraños atuendos; las mujeres con vestidos cortos amarillos, y pañoletas rojas sobre sus cabezas; los hombres (cada uno con un cigarrillo en la boca), conduciendo sus burros… En la loma de una colina, con olivos raquíticos, se encuentran juntos el cementerio español y el inglés, sus piedras blancas brillantes y vistosas en el sol de la tarde. El espacio no es muy grande, pero lo suficientemente amplio como para la colonia inglesa y alemana. Es una parcela ligeramente inclinada, rodeada de altas paredes de piedra. La puerta está cerrada, pero un jardinero está siempre trabajando dentro, y cuando se le llama, nos recibe. No hay sino unas cuantas tumbas, y están medio escondidas entre rosales, perales espinosos, o hiedras, de manera que el lugar parece exactamente un típico jardín inglés en invierno. Los arriates, en los que se encuentran las sencillas tumbas, están bellamente cuidados, habiendo suficiente agua que se recoge del viejo pozo de la esquina. Tres estrechos pasillos, cuidadosamente engravillados, cruzan el cementerio. En los arriates, a lo largo de las paredes de cada lado, y en la pared del final, se encuentran los pocos (unas veinte o veinticinco, no hay más) memoriales de aquellos que descansan aquí, de tal modo que los bordes del centro están por completo dedicados a jardines. Hay una gran abundancia de rosales, e incluso ahora tienen unos cuantos brotes enfermizos. Los geranios (Pimiento Indica), un pequeño y precioso arbusto, con brillantes frutos anaranjados; espinosos perales agolpados; pequeños pimientos, o guindillas, el más agraciado árbol en España, con su delgado y colgante follaje y graciosos brotes de pimienta; pequeñas acacias y cipreses están aquí en abundancia; y en el centro hay un precioso ciprés piñonero, ahora cargado de piñas. Sobresalen tres o cuatro tumbas, pero aquí todas son de modestas dimensiones.

Dos de estas están dedicadas a dos jóvenes importantes que salieron de Inglaterra para ayudar en una de las minas: uno murió a la edad de veintiún años, el otro a la de treinta y tres. Otra es de la esposa de un caballero que todavía vive aquí. Junto a ella hay una pequeña cruz de madera y piedra, a la memoria de un hijo pequeño de un caballero alemán, que todavía vive en Linares.

Muchas de ellas tienen un texto de la Escritura como parte de su inscripción: en una he leído “Como en Adán todos mueren, así en Cristo todos serán vivificados”; en otra, “Todo el que cree que Jesús es el Cristo, es nacido de Dios”.

Puestas con gusto en la pared hay una o dos losas de piedra, con una sencilla cruz en ellas.

Hay tres tumbas—las tres últimas—que no tienen piedra, solamente sobrepuesta la tierra desmenuzada, con la forma, hasta donde es posible, de una tumba inglesa: una de adulto, las otras pequeñas. Cuentan, silenciosamente, una triste historia— una pobre madre yace aquí, con sus dos hijos pequeños. En el crudo verano de 1873, ella y sus hijos cayeron víctimas de una rápida enfermedad debido al calor e, inmediatamente se celebró el funeral, partiendo el infeliz esposo a su tierra nativa y a la casa de su padre en Cornualles (Cornwall). Así que, hasta el presente, no se ha erigido ninguna tumba.

En este cementerio hay una pequeña habitación para el jardinero, donde él prepara sus plantas para el “jardín”, como él lo llama, y cuida de un criadero de pájaros cantores enjaulados. Al lado hay un pequeño cenador, cubierto de hiedra inglesa genuina, donde el ministro oficiante se viste y espera para ver la procesión funeraria acercarse lenta y pausadamente ascendiendo la arenosa y abrasadora colina.

Un funeral en este cementerio es digno de ver. Se celebra por la tarde, para que todos los ingleses puedan asistir. Al mediodía, sobre la una, a lo largo del pedregoso camino de las minas se verán, sin excepción, cada uno de los “capataces de minas”, como se les llama aquí, principalmente toscos y fuertes hombres de Cornualles, galopando hacia el pueblo en sus fogosos y pequeños caballos andaluces, dejando nubes de polvo, para estar a tiempo y formar parte de esta procesión.

Viene todo el mundo: en parte, quizás, porque es natural que los pocos miembros de una pequeña colonia extranjera, en una tierra extraña y en un distrito desierto, deberían, para usar una frase común, “echarse una mano”; en parte, quizás, porque la costumbre española es que todo el que incluso haya tenido un ligero trato con el fallecido debería acompañarle hasta su último lugar de descanso terrenal. Sea por lo que fuere, todos los ingleses asisten al funeral de uno de los suyos; todos se reúnen en silencio alrededor del ministro, y se unen fervientemente en los responsos; y, cuando la ceremonia ha concluido, vuelven lentamente a casa, en grupos, unos para volver al ruido de las máquinas y al subterráneo “trabajar y laborar” de su mina, hasta que también su noche, cuando ellos no puedan trabajar más, llegue.

 

El primer enterramiento evangélico en Linares data de 1855, tratándose de James George Remfry, tío de Carlota Remfry de Kidd. A esta tumba hubo que colocarle un vallado que la protegiera de las alimañas que podrían profanar los restos del fallecido. Está situada en la parte izquierda del Cementerio Británico, bajo un frondoso árbol centenario y junto a la tapia que separa el Cementerio Civil del Cementerio Británico. Desde entonces, se suceden los enterramientos de anglosajones evangélicos.

Pero, ¿por qué los evangélicos de Linares no se enterraban en ese Cementerio?

Hasta el año 1968 no encontramos la primera tumba de un evangélico local. No sabemos con certeza la razón, aunque todo apunta a cuestiones de nacionalidad y política, más que religiosa. Desconocemos también las cláusulas del uso de dicho espacio, si era exclusivo para ingleses o los nativos también podían hacer uso del mismo. Lo que sí está constatado es que los “protestantes” de la ciudad eran “enterrados” o puestos en una fosa común, en el llamado “El Corralillo”, junto con los ateos y los suicidas, simplemente por profesar una fe diferente a la del resto de personas.

Una vez que la propiedad pasó a ser de la Iglesia Evangélica de C/. Cambroneras, tenemos acceso al uso de este espacio donde descansan los cuerpos de nuestros seres queridos.

Lo curioso o llamativo de este Cementerio es su aspecto interior. Según la opinión demostrada en el libro sobre el Cementerio Británico, de Juan Parrilla Sánchez, el modelo de construcción de este cementerio sirvió de inspiración al Arquitecto Municipal de Linares para la construcción del Cementerio de S. José unos diez años después.

Cuando uno pasa, no observa grandes mausoleos, ni imágenes, ni bustos, ni tampoco nichos. Es lo más parecido a un jardín, cuidado por nosotros mismos y velando por el patrimonio que nuestros ancestros nos dejaron encargado.

Lo que el visitante encontrará son lápidas bien cuidadas, con una planta quizás, o sin ella, pero sin faltar un versículo de la Biblia. Son palabras que rezuman esperanza en un lugar donde aparentemente parecería que no la hubiera. Uno leerá “Para mí el vivir es Cristo, y el morir, ganancia”; palabras del apóstol Pablo; o las propias palabras del Señor Jesús: “Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá”; o las milenarias palabras del Rey David: “El Señor es mi pastor, nada me faltará”. Esto obedece a la fe de los que allí duermen. La fe que profesaban estaba cargada de esperanza, no basada en sus propios méritos o actos benéficos, sino en las propias palabras del Señor Jesucristo: El que cree en Mí. Fueron creyentes en Cristo, salvados por la obra de la Cruz, y confiados en las promesas de la Biblia. Y murieron, o más bien, descansaron, en esperanza.

Justo al acceder al Cementerio, encontraremos un pasillo central que nos lleva a un banco de piedra en medio de una plazuela. En él se coloca el féretro, alrededor del cual se sitúan los familiares y amigos que acompañan al funeral para darle despedida al cuerpo. Dicho banco tiene una inscripción en su base que recoge unas de las palabras que el apóstol Pablo escribió a la iglesia en Filipos (Macedonia): “Para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia” (Fil. 1:21)

Continuando por el pasillo, nos topamos con un edificio que originalmente sirvió para almacenar los utensilios del jardinero. Después, fue utilizado como sala de autopsias, conservada aún. Finalmente, vuelve a servir como almacén donde guardar los instrumentos de jardinería.

A la derecha y al fondo encontramos un pozo con una gárgola de hierro de la época de construcción del propio Cementerio. Este pozo se utilizó para la extracción y uso del agua de riego de los jardines, y que ahora ha sido sustituido por un sistema de riego convencional a base de grifería de exterior.

La mayoría de las tumbas anglosajonas conservan su estructura original, excepto aquellas que han sido deterioradas por el paso de los años o por causas ajenas a la voluntad humana. La mayoría son de granito, mármol, piedra arenisca… y, como mucho, muestran un símbolo de la cruz. Algunas de las cruces que aparecen son de tipo celta, otras latinas… En algunas ocasiones encontraremos féretros de piedra arenisca decorados con cruces en relieve; otras veces las tumbas estarán valladas con metal o con una balaustrada; otras pocas veremos monolitos. Todo ello es muestra de la variedad de personas que allí yacen.

Una de las tumbas situadas en el pasillo izquierdo a media altura es la de la famosa escritora linarense Carlota Remfry de Kidd. Se trata de un mojón de piedra con la siguiente inscripción:

Sacred to the memory of
Charlotte Elizabeth Frederica Kidd,
who died January 21 1957, Age 87
Thy will be done.

Consagrado a la memoria de Charlotte Elizabeth Frederica Kidd,
que murió el 21 de enero de 1957 a la edad de 87.

“Sea hecha tu voluntad” (frase del Padrenuestro).

Sus restos yacen junto a los de su marido, D. Thomas Kidd y cercanos a los de sus padres Charles y Fanny.

Otros personajes relevantes de la ciudad, como Reginald Bonham Carter (D. Regino), que fuera encargado de la Mina La Constancia, yace también en este Cementerio. Murió en una caída en la Mina de La Abundancia en 1906. De él se dice que “Amaba a España y a los españoles”. En la cruz celta que adorna su tumba se leen también estas palabras: “Mi confianza está en la tierna misericordia de Dios para siempre” (Sal. 52:9) y “No temas, cree solamente” (Marcos 5:36), lo que nos hace ver que dedicación firme a su trabajo y dedicación firme a su fe evangélica no estaban reñidas. Y así podríamos hablar no sólo de hombres y mujeres anglosajones, sino creyentes de Linares y de fuera de nuestra provincia que han sido enterrados aquí, y que no desmerecen en absoluto nuestra admiración. Quizás el lector tenga en este Cementerio a algún familiar. Le invitamos a pasar, leer, recordar y, sobre todo, pensar en lo que cada tumba nos dice, como testimonio de la fe evangélica en nuestra ciudad. En este lugar encontrará esperanza, vidas dedicadas, sencillas, de hombres y mujeres que amaron a Jesús, pecadores perdonados por Dios, sin mérito de parte de ellos, pero cuyas vidas han sido dotadas de sentido gracias a Jesús.

El ritual que se lleva a cabo en un entierro es un acto muy sencillo. Tras haber pasado las horas legales para el enterramiento, el féretro es conducido al Cementerio, donde se deja en la base que hay en el patio central. Alrededor del mismo se colocan los amigos y familiares de la persona que ha fallecido. Una persona de una de las iglesias evangélicas de la ciudad preside el acto, dando la bienvenida a los asistentes y dirigiendo el resto del acto. Tras cantar un himno, normalmente a elección de la familia de la persona fallecida, se realiza una lectura de la Palabra de Dios a cargo de uno de los responsables de las iglesias evangélicas. Por norma general se hace una semblanza de la persona que ya no está con nosotros, y se deja un mensaje a todos los asistentes basado en la Palabra de Dios: esperanza, consuelo, ánimo, fortaleza, salvación… Para acabar, se le da sepultura al cuerpo. No por ser sencillo deja de ser trascendente todo lo que allí se dice. La Biblia afirma que en la casa del luto se reflexiona más que en la casa donde hay fiesta. Y es que el dolor nos hace pensar, la muerte nos hace detenernos a pensar en la vida.

Hay quien dice que los creyentes no lloramos cuando se nos marcha un ser querido. Nada más lejos de la realidad. El dolor es innato al ser humano; incluso el propio Señor Jesús lloró ante la tumba de su amigo Lázaro. Lloramos. Pero con esperanza. Sabemos que esta vida es sólo un tránsito a la vida en el cielo. Jesús prometió a quienes creyeran en Él que tendrían la vida eterna. Y así lo creemos. ¿Por qué habríamos de dudar de lo que el Maestro dijo?

La trascendencia de nuestra vida radica precisamente en que esta vida es un breve espacio de tiempo comparado con la eternidad. La gente se busca el elixir de la vida en las riquezas, la posición  social, el renombre, el placer, el trabajo… Pero cuando llega el momento de la muerte ¡todo se queda aquí! Y nos vamos tal y como vinimos: sin nada. Es cierto que hemos de hacer todo lo posible por dejar una huella en nuestro mundo. ¿Pero de qué serviría si Jesús no ha dejado una huella en nuestro  corazón? ¿De qué serviría ganarlo todo y perder nuestra alma?

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